Barba en la homilía de Nochebuena: “No nos acostumbremos a la indiferencia”
El obispo de San Luis encabezó la celebración en la previa a la Navidad en la Iglesia Catedral. Pidió a Dios que los sanluiseños tengan “un camino de vida espiritual profundo que sepa integrar lo Sagrado desde la humanidad, desde nuestra propia naturaleza que ha sido rescatada desde la encarnación del hijo”.
En el marco de la celebración religiosa y en la previa al nacimiento de Jesús, monseñor Gabriel Barba celebró la misa de las 21 en la Iglesia Catedral de la ciudad de San Luis.
Con una extensa homilía, el obispo de San Luis comenzó citando a Isaías: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz; para quienes habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló”.
“No nos acostumbremos a la indiferencia. Porque crea hábito, podemos incorporarla como compañera de vida para nuestra vida. Como le ha pasado al rico epulón con el pobre Lázaro a su puerta”, expresó en uno de los tramos de su mensaje.
En el cierre, pidió a dios que “ilumine a nuestra Iglesia de San Luis para que seamos fiel testimonio del Dios vivo manifestado en Belén”.
A continuación, la homilía completa:
“El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz; para quienes habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló” (Isaías).
Comenzamos esta celebración de Vigilia luego de un largo camino y de una larga espera a la que llamamos Adviento. Esperando, anhelando aquello que no nos puede faltar. ¡La Vida…! ¡La Vida de Dios con nosotros…!
Quién no espera la vida… ha perdido la esperanza y no tiene horizonte.
Las sombras de muerte nos rodean. Algunas de ellas lejanas y dolorosas como lo es la guerra que azota tantos pueblos de la tierra. Otras sombras de muerte son el hambre…, la desnutrición…, la enfermedad sin medicina. La injusticia…, las drogas… y tantos males que azotan a la humanidad.
Algunas otras sombras de muerte danzan a nuestro lado, con cercanía cotidiana. En nuestra sociedad…, en nuestras realidades más cercanas y hasta en la misma Iglesia que siendo Santa no deja de ser pecadora, por nosotros que somos parte viva en ella.
En esas sombras…
En nuestras sombras… BRILLA UNA GRAN LUZ. Brilla la esperanza de ser salvados de todo eso.
La luz nos viene a iluminar a todos. Y podemos rechazarla. No se nos impone. Debe encontrar un lugar. Dice el prólogo de Juan (que será leído en la Misa de mañana) “La Palabra fue a los suyos y los suyos no la recibieron”.
Dios llama a la puerta y espera que ésta sea abierta por nosotros.
No nos acostumbremos a la indiferencia. Porque crea hábito…, podemos incorporarla como compañera de vida para nuestra vida. Como le ha pasado al rico epulón con el pobre Lázaro a su puerta.
Tanto amó Dios al mundo que envió a su propio hijo.
Celebramos la Navidad. Celebramos al Dios que ha roto toda distancia y puso su morada entre nosotros. Pero me pregunto…, ¿sabremos verlo…? ¿Sabremos reconocerlo a nuestro lado…?
No hace mucho tiempo, hemos sido visitado y misionados por jóvenes pertenecientes al llamado: Hogar de Cristo. Que por sus primeros 15 años de vida, han organizado una recorrida por toda la Argentina. Y San Luis ha sido parte de su peregrinación.
Y vinieron a la Catedral.
Y la Catedral se llenó de ruido. Del ruido y la cultura de muchos jóvenes marginales que pelean por la vida para salir de las drogas. Jóvenes que luchan justamente con las sombras de muerte que son las adicciones. Fue una escena particularmente atípica en nuestra Iglesia Catedral. Golpeaba su sola presencia que podía hacerse incómoda para muchos (me incluyo), porque rompía los silencios propios de un lugar Sagrado, acostumbrado a otras expresiones de fe mucho más ordenadas. Y estos jóvenes rezaban…, se manifestaban… y daban testimonio de cómo luchaban por vencer las adicciones por la gracia de Dios. Con la ayuda de Dios y de la Virgen.
En un momento alguien pregunta:
¿Quiénes son?
Y una persona responde: Son del Hogar de Cristo.
Y vuelve a preguntar nuevamente: ¿DE QUÉ CRISTO…?
Y sabiamente respondió: DEL ÚNICO…
Como nos lo enseña el Magisterio de la Iglesia. Como nos lo enseña las Sagradas Escrituras. Como ha sido revelado. Un solo Señor. Una sola fe.
Nuestras miradas muchas veces sesgadas por anteojeras, no nos permiten ver y reconocer aquello que es y se manifiesta más allá de mis deseos y de lo que acepto en mi corazón.
Cuántas veces hacemos un Dios a nuestra medida y necesidad. Impecable, pero… inexistente.
Ese día, sentí que ya se olía a Navidad. A pesebre…, el Adviento tomó fuerza en mi interior y me cuestionó también a mí. Porque yo también me sentía molesto o interpelado sin entender…; no estoy acostumbrado a manifestaciones de ese modo.
Aunque lo sepa comprender con palabras y yo mismo diga reconocer al Dios de la Vida, ahí, debía aceptar en esos jóvenes vivos y reales a la vida que se manifiesta como viene. Vida que debemos preservar y cuidar. Nos llenamos de carteles y expresiones a favor de la VIDA, pero cuando esa vida tiene un formato marginal, nos cuesta aceptarla y mucho más acompañarla para su preservación. A veces siento que solo nos preocupa la vida intrauterina…, ¿y después qué…? ¿Qué hacemos para cuidar la vida que es destruida por tantas y tantas sombras de muerte?
Digo todo esto porque el niño Dios envuelto en pañales y acostado en un pesebre, lugar que nunca va a oler bien…, se manifestó de ese modo. No se ha revelado en una fina celebración ritual. No se manifestó en rituales. Se hizo presente como hombre. Igual a nosotros. Y verlo allí, descubrirlo y mucho más, aceptarlo…, implica sin duda, una conversión interior. Una libertad que golpea. Para no seguir de largo.
Los pastores, aceptando el anuncio celestial, fueron los primeros. ¿Quiénes son los pastores? Sin duda…, gente ruda, tosca y sin más formación que la necesaria para cuidar sus animales.
Y fueron los primeros.
Por eso Jesús, más adelante dice: “te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque te has revelado a los pequeños”. Eso fue…, eso sucedió y eso sigue sucediendo hoy. Los pequeños, los sencillos llegan más lejos que muchos de nosotros en su relación con Dios, con lo Sagrado. Pero con sus propias formas como lo podemos ver en la religiosidad popular.
Navidad y pesebre van de la mano. Dios en medio del pueblo.
Dios se manifiesta y nos despoja, pero debemos aceptar ese camino para llegar a Él. Su presencia se hace posible sin mayores exigencias. Basta un corazón simple. Un corazón puro.
Un pesebre bastó para que el Hijo de Dios ponga su morada entre nosotros.
La Navidad tiene que ser un llamado de atención y preguntarnos: ¿cuál es nuestro lugar de encuentro con Dios? Con lo Divino. ¿Qué es lo verdaderamente religioso? para que esto no sea solo una mera secuencia de ritos bellos estéticamente, pero vacíos en sentido. Faltos de vida.
Y nosotros como Iglesia estamos llamados a ser esos espacios, lugares y personas que acogemos al Dios de la Vida. Necesitamos ser Iglesia VIVA. Que reciba, que acoja. Ser fieles testigos, Luz que brilla en las tinieblas de nuestra realidad. Vos profética en la realidad. Que incomoda. Como incómodo era el pesebre.
Una Iglesia cuya verdad proclamada y testimoniada no sea solo definiciones dogmáticas escindidas de la vida, sino justamente, fiel reflejo de lo que celebramos hoy manifiesto desde la marginalidad de un pesebre. Una iglesia que celebra la humanidad rescatada y por eso la integra, valora y preserva.
También el pesebre de Belén dio lugar a todas las culturas paganas simbolizadas en los magos de oriente. Cuando los pobres y pequeños tienen lugar y protagonismo… entonces, todos tendrán lugar. Cuando el anuncio de la Buena Nueva solo queda en una elite y los pequeños no son protagonistas, entonces el anuncio queda trunco y no cumple lo anunciado por el profeta Isaías: “La Buena Noticia es anunciada a los pobres”.
Celebramos en esta Santa Noche la alegría de Dios con nosotros.
Le pedimos a Dios que ilumine a nuestra Iglesia de San Luis para que seamos fiel testimonio del Dios vivo manifestado en Belén. Que tengamos un camino de vida espiritual profundo que sepa integrar lo Sagrado desde la humanidad…, desde nuestra propia naturaleza que ha sido rescatada desde la encarnación del Hijo.
Dios bendiga al mundo entero con la paz del Señor.
Dios bendiga nuestra Provincia y Diócesis de San Luis renovándonos en la fe y haciéndonos fieles testigos del Dios vivo y verdadero.
María, Virgen madre de Belén, recibí nuestra fragilidad, en tus bazos protectores.
¡Feliz Navidad!